jueves, 17 de abril de 2008

16 de abril

Ayer 16 de abril se cumplió un año de que volví de Alemania. No había notado con que velocidad pasaron estos 365 días. Si hoy los miro para atrás me parecen pocos y, sin embargo, no lo han sido. Cuántas noches rogué para estar en un día como hoy, lejos del día de mi regreso, completamente adaptada y con un pasado tan lejano que ya no latiera más; para saltarme todo el dolor, la nostalgia, el proceso de re-adaptación, mi reconciliación con el DF y conmigo misma.

Ayer encontrábame cruzando la puerta de la Alianza Francesa (Polanco) para asistir a una inauguración de una expo de foto. Entonces miré el cartel que decía: Farenheit fotografía 16 de abril. Y me acordé de muchas cosas. Me acordé de muchas personas y me acordé de un gran sentimiento que fue menguando día con día. Y me acordé de mí misma renuente a tomar un avión que me alejaría de lo que entonces me era tan familiar y ahora lo pienso como un sueño borroso.

Caminé por la sala, no sin antes checar si había por ahí, perdido entre la masa, un frances guapo (negativo). Caminé, caminé, caminé. Recorrí todos los pasillos y finalmente me encontré. Ahí estaba mi foto, ésa de una niña que camina sobre el charco que tomé accidentalmente cuando yo quería fotografiar las gruas de construcción del fondo y que ha tenido tan buena aceptación.

Cuando uno ve sus propias fotos no puede evitar recordarse a uno mismo del otro lado de la cámara. Es como un espejo. Yo con frío, yo en mi bicicleta, yo enamorada, yo extranjera. Nadie más puede verlo. Cuando los demás ven la foto de otro sólo ven eso que está enfrente y todo lo que imaginen a parti de la imagen. O quizá sí logren ver un poco, puede que sea la razon de que esa foto guste a tantas personas: yo me sentía muy bien cuando la tomé. O tal vez no. Tal vez sólo sea que la niña es güera con mejillas rosadas y su cabello brilla con la luz de la tarde como hilitos de oro.

Pues ahí estaba mirándome a mí misma, diciéndome: no importa que hayas invitado a pocas personas, no importa que nadie haya asistido, seguramente como estás completamente sola conocerás a alguien, en cualquier momento conocerás a un hombre apuesto que mre la misma foto que tú e iniciarás una plática que durará hasta la media noche. Y seguí repitiéndomelo: en cualquier momento, en cualquier momento. Di vueltas yo sola varias veces hasta memorizar casi todas las imágenes. Fui por una bebida refrescante y algunas aceitunas. Entré al baño, salí.
Volví a la sala y me quedé quieta en un sólo sitio mientras pensaba en posibles formas de iniciar una conversación con tal o cual persona.
Nada.
No conocí a nadie.
Todos estaban inmersos en sus pláticas con sus propios círculos de amigos.
Todos iban con alguien a dicho evento.
Sólo a mí se me ocurre semejante tontería de asistir en compañía de Eugenia, esperando que me rescatara de mi soledad, sobretodo sabiendo lo aburrida que puede ser.

Así que me vi en la penosa necesidad de salir del lugar sola (no derrotada porque al fin de cuentas mi foto estaba dentro colgada y se veía bien guapa) y cruzar la calle rumbo al Super Siete de la esquina. Me compré un sandwich de esos que ya están listos para comerse y una leche con chocolate y me senté en esas mesitas colocadas para los consumidores de comida rápida, frente a la ventana. Sí, mirando hacia la Alianza. Quería terminar de burlarme de mí misma. Me salió bien. Por alguna razón me ayudó a sentirme mejor. Algo así como cuando Disney se parodió a sí mismo en la película de Encantada, qué otra opción le quedaba.

Para el que le interese la exposición estará hasta casi fin de mayo en la Alianza (Homero y Sócrates). Hay buenas fotos, otras no tanto y, por supuesto, una que debió llevarse el premio de una niña güera cruzando un charco.

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