jueves, 17 de abril de 2008

Acumulaciones 2

El otro Mardonio













Apenas podía distinguir mis pies de los cangrejos sobre la arena. No había luna. No había nadie. Caminé hacia la única luz en el horizonte: la vela derritiéndose sobre la mesa, Pola cantaba "vereda tropical" y un sin fin de mariposas y mosquitos alrededor del fuego creaban siempre las mismas sombras sobre su rostro, como si le siguieran el ritmo. Me quedé mirando el mar como ella. Respirando la humedad de mi última noche en esa playa.
Una figura borrosa se fue acercando en la oscuridad.

-Buenas noches.
-Buenas noches.
Era don Mardonio que venía de pescar.
Lo conocí el día en que llegué y su nombre se me grabó inmediatamente. Era el mismo que el de mi tatarabuelo.

-¿Y usté que tiene? ¿tá triste?
-Ay, pues sí don Mardonio, porque ya mañana me voy.
-Pue' no se vaya.
-¿Y luego qué hago?
-Pue’ se queda...Si la vida es sencilla...tenemo salud, tenemo el mar. ¿Qué más necesitamos pa’ ser felices?

A mi cabeza venía una y otra vez la misma pregunta: si el Mardonio de enfrente tendría algún parecido con aquel que nunca conocí, si aquellas palabras hubieran podido salir también de su boca. Me gustó responderme que sí. Que los dos tenían el mismo rostro y la misma voz.
Pero no sé si el otro Mardonio sabía pescar.

Antes de despedirnos le pedí que me dejara tomarle una fotografía.
-Pa’ qué.
-Pues para que no se me olvide, don Mardonio.
-No, no, no, mejor tómele al mar.

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